Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no
Evidentemente, que tres o cuatro semanas después se produjese el Juicio del Centro Paralelo o, si lo preferís, el Juicio Piatakov-Radek, en el cual se presentaron confesiones de la implicación nazi en la conspiración trotskista contra el estado bolchevique, no ayudó demasiado. La Prensa, sobre todo, se centró en una cosa de la que se habló largo en las sesiones, es decir, una presunta entrevista entre Radek y un agregado de Prensa de la embajada alemana durante una recepción. El 25 de enero de 1937 Pravda, en unos tonos que yo creo que Stalin no midió lo que hubiera debido, es decir en un artículo que se diría redactado por Oskar Bridge, dio por cierto que Radek había sido el brazo ejecutor de un acuerdo entre Trotsky y el fascismo alemán y había negociado dicha colaboración en Moscú con un agregado militar de la embajada. El texto era tan torpe que permitía fácilmente identificar al tal agregado militar como el general Ernst-August Köstring.
En ese ambiente, Stalin tuvo que hacer todo lo posible por templar gaitas. Durante el juicio, Georgui Alexandrovitch Astakhov, situado en el departamento de Prensa del Narkomindel, invitó a un “colega”, el delegado de la agencia de prensa alemana DNB, apellidado Schüle, a desayunar. Puso mucho interés en dejar claro que era una iniciativa personal, aunque para entonces ya todo el mundo tenía muy claro que nadie tenía iniciativas personales en la Administración soviética (recordad: en el marxismo no hay frontera entre lo objetivo y lo subjetivo). Durante el desayuno, Astakhov hizo todo lo que pudo para “demostrarle” a Schüle que el juicio no era contra los nazis (noniná) y que, en consecuencia, no había razón alguna para empeorar las relaciones germanosoviéticas. Schüle le dijo que le costaba entender lo que se había dicho de que Trotsky había hecho un pacto con Rudolf Hess, a lo que Astakhov, tócate los remigios María Emilia, le dijo que “lo mismo Trotsky había mentido cuando habló con Piatakov”. El hecho de que Stalin estuviese dispuesto a poner en solfa los resultados de su sacrosanto juicio nos da una buena medida de lo desesperado que estaba por que Hitler no se cabrease.
La presión sobre los alemanes residentes en Moscú debió de ser tan fuerte que el propio embajador Schulenburg le echó un cable a Stalin y escribió a Berlín que el juicio había sido sólo un puro teatro, y que no había que sobrerreaccionar al mismo. Con bastante precisión, argumentaba el embajador que, entre otras cosas, todas las firmas alemanas “implicadas” en los testimonios del juicio habían cerrado sus negocios en la URSS antes de los juicios; así pues, todo estaba medido para no hacer daño. Göring se hizo eco de esta expresión de “puro teatro” ante el Reichstag el 30 de enero. El periódico oficial del NSDAP, el Völkischer Beobachter, editorializó sobre el juicio con sorna: “Stalin tiene razón: la revolución rusa fue perpetrada por una banda de criminales abominables que incluía sólo dos hombres honestos: Lenin y Stalin”.
El 29 de enero de 1937, Kandelaki consiguió una nueva entrevista con Schacht. Los cadáveres de los ejecutados en el Juicio Piatakov-Radek todavía estaban calientes. Kandelaki, siempre controlado por el silencioso Friedichson, le contó al ministro alemán que, en Moscú, se había reunido con su “viejo amigo” Stalin, con Molotov y con Litvinov. Entonces sacó un texto que traía para no equivocarse, que leyó en nombre de Stalin y de Molotov. La URSS, leyó disciplinadamente Kandelaki, nunca había desechado una negociación política con el gobierno alemán. Que la URSS no tenía intención de dirigir sus intereses contra los del Reich. Y que, en consecuencia, la URSS estaba dispuesta a comenzar unas negociaciones formales con el gobierno del Reich, que podrían conducirse por vía diplomática y confidencial. Por tercera vez, Schacht le recordó a Kandelaki que aquella movida no tenía que discutirla en esa ventanilla. Kandelaki le dijo que lo entendía, pero le preguntó a Schacht si tendría reparo en hacer de caja de resonancia. Schacht se lo comunicó a Von Neurath, quien le dijo que, como primera providencia, el abandono de la agitación procomunista de la Komintern fuera de la URSS era conditio sine qua non por parte alemana.
Von Neurath, en todo caso, todavía tenía que subir el K2 del Reich: Hitler. El Führer, una vez informado, no se mostró en modo alguno impresionado. Con buen criterio en mi opinión, Hitler le dijo a Von Neurath que todo lo que le interesaba a Stalin no era alcanzar un acuerdo con Alemania, sino dar la impresión de que podía alcanzarlo; su objetivo final era presionar a Francia e Inglaterra para acercarse a Moscú. El alemán estaba convencido de que la URSS se estaba convirtiendo en una dictadura militar, y contemplaba esa evolución como una oportunidad para que Alemania, en el futuro, interviniese en Rusia. Finalmente, Von Neurath le dijo a Schacht que le dijese a Kandelaki que, una vez examinado el tema, los alemanes no veían manera de mejorar las relaciones políticas con la URSS.
Stalin entendió que esa reacción era un poco lo de Richard Gere en Pretty woman. Los alemanes querían que se les hiciera más la pelota. Merced a esta situación, una demanda diplomática lanzada por los soviéticos para que el general Köstring saliese de la URSS desapareció por arte de magia con la misma rapidez con que había aparecido. Ciertamente, un tal Herrn Braun, agregado de Prensa de la Embajada que había salido en las declaraciones del Juicio Piatakov-Radek, tuvo que volver a Berlín; pero, sin embargo, una cuarentena de alemanes que estaban detenidos y a espera de juicio en la URSS por temas diversos fueron inmediata y milagrosamente declarados inocentes por los mismos fiscales que minutos antes los consideraban culpables de todos los males del mundo. ¿De quién depende la Fiscalía? Pues eso.
Kandelaki regresó a Moscú en abril de 1937. Stalin lo recibió personalmente y lo premió con el viceministerio de Comercio.
El verano de 1937 no fue feliz para nadie en la URSS. A fuer de ser totalmente sinceros, hubo algunos establecimientos obreros emplazados lejos de las ciudades, y por supuesto algunos emplazamientos rurales muy lejanos de todo, en los que se puede decir que la vida fue tan tranquila como había sido hasta entonces. Pero para el resto de los ciudadanos soviéticos, todo cambió.
Stalin, de hecho, decidió, no sé si por algún sentido del equilibrio o de la justicia, levantar el pie del cuello del soviético rural. Un decreto de 21 de marzo de 1937 autorizaba a los agricultores a vender los productos excedentes que tuvieran sin tener que esperar al cumplimiento de las cuotas con el Estado. Sin embargo, para los ciudadanos que vivían en las ciudades y en los establecimientos industriales, el infierno se desplegó en forma de arrestos masivos y de un modo de vida en el que todo el mundo sospechaba de todo el mundo, y todo el mundo temía de todo el mundo ser acusado de haber hecho cualquier cosa. Pasaron cosas tan increíbles como que en medio de una reunión, una persona se levantase para ir al baño, y ya no regresase. En muchas casas de Moscú y de otras ciudades, el espacio entre las 11 de la noche y las 2 de la mañana dejó de ser un espacio de descanso; se convirtió en la angustiosa espera diaria de que pudiera llegar un grupo de agentes de la NKVD con la orden de arrestarte. Hubo algunos casos, muy pocos, que se salvaron tontamente, simplemente porque alguien en la policía política olvidaba poner sus nombres en la lista, o los escribía mal.
Por lo que se refiere a Stalin, tras aparecer en varias reuniones en marzo de 1937, desapareció de la escena pública durante dos años. En los dos aniversarios de la revolución de 1937 y 1938, efectivamente, fue Viacheslav Molotov quien pronunció el discurso por parte de la Secretaría General. Pero, desde su despacho del Kremlin, se convirtió en el gran coordinador del Terror, apoyándose en su trío de fieles: Ulrikh, Vyshinsky y Yezhov. En 1937 y 1938, el secretario general del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas aprobó hasta 383 acciones conteniendo el nombre de 40.000 personas, miembros del Partido, del Komsomol, del gobierno, del ejército, de agencias y empresas, cuando no escritores u otros artistas. Y éstas fueron las decisiones que implicaban a personas que, por una razón u otra, Stalin conocía algo y podía identificar. Por debajo de esta punta del iceberg, otros tomaron las mismas decisiones que se llevaron por delante la vida de miles y miles de personas. Puso especial interés en el Ejército. Ya sabemos que en agosto de 1937, tuvo una reunión con militares en la que exigió mano dura contra los conspiradores. Algunos días después, Voroshilov y Yezhov cerraron el círculo con una orden precisa a los mandos militares tras la cual en los cuarteles comenzó una masiva caza de brujas.
En aquellos casos en los que Stalin tenía contacto directo con el personaje, le gustaba jugar a la confusión. Como ya sabemos a Bukharin, la primera vez que la policía se presentó en su casa, le dijo que no les hiciera ni caso, tratando de transmitirle la sensación de que estaba por encima de las acusaciones que se hacían contra él. En el caso de Danilo Fedorovitch Serdich, un héroe de la Guerra Civil, lo saludó como lo que era, un héroe, en un brindis durante una cena que se produjo apenas horas antes de que lo arrestaran. El historiador Yuri Milhailovitch Steklov, que oyó campanas de que lo podían arrestar, pidió ver a Stalin. Éste le recibió y le dio toda clase de seguridades. Steklov regresó a su casa y, esa misma noche, fue arrestado. Alexander Pavlovitch Serebrovsky estaba enfermo en el hospital; Stalin personalmente telefoneó a su mujer y le dijo que era intolerable que tuviese que ir a verle andando, así que le anunció que le pondría un coche a disposición. Unos días después, la NKVD se llevó inopinadamente al enfermo de su cama del hospital.
Una cosa que nunca sabremos, o creo que nunca sabremos, es cuánta gente fue detenida y torturada para que hiciese confesiones sobre cualquier cuadro del Partido, para así tenerlas en salmuera por si terminasen por ser útiles. Esta posibilidad alimenta el hecho de que, como tendremos ocasión de comentar, en el momento en que Stalin murió todos los hombres fuertes del país que formaban parte de su entourage temían ser purgados. Khruschev, sin ir más lejos, cuenta que tuvo un adjunto en Ucrania, un tal Lukashov, que fue detenido y, años después, le confesó que lo habían torturado para hacerle confesar cositas de su jefe.
Si a los ejecutores del Terror estalinista les entraba el prurito moral, ya sabían a lo que se exponían. Iosif Milhailovitch Vareikis, un comunista lituano que había sido encomendado de la dirección del Partido en el extremo oriental de la URSS, telefoneó personalmente a Stalin para pedirle explicaciones por la detención masiva de comunistas en su provincia. Stalin le gritó por teléfono que no se metiese en cosas que no entendía, que la NKVD sabía lo que hacía, y colgó. Pocos días después, Vareikis fue convocado a Moscú. El 9 de octubre de 1937, cuando el tren paró en una pequeña estación todavía lejos de Moscú, la NKVD estaba esperando, entró en el convoy y lo arrestó. Su mujer, ella misma una antigua bolchevique, fue arrestada en Khabarovsk. Él fue asesinado en julio de 1938, ella en 1939.
Quizá la única persona con la que no pudo Stalin hacer todo lo que hubiese querido fue Krupskaya. La mujer de Lenin intervino en junio de 1937, en una sesión del Pleno del Comité Central, en favor de Osip Aronovitch Tarshis, normalmente conocido como Osip Piatnitsky. Piatnitsky era un revolucionario de primerísima hora, colaborador de Lenin desde 1902. La intervención, sin embargo, no lo salvó ni del arresto, ni de la tortura, ni de la ejecución en 1939. Como tampoco pudo salvar a Andrei Sergueyevitch Bubnov, otro viejo amigo de Lenin. A decir verdad, la única vida que logró salvar Krupskaya fue la de I. D. Chigurin, el hombre que le extendió en 1917 a Lenin su carné del Partido.
El elemento fundamental del Terror estalinista fueron las denuncias y delaciones. Muchas personas delataron a otras por venganza o animadversión; pero la mayor parte lo hizo por evitar futuras delaciones en su contra. El régimen glorificó la figura de Pavlik Trofimovitch Morozov, un niño que, presuntamente, había puesto los principios socialistas por encima del amor filial al denunciar a su padre, y que lo pagó con la vida. En realidad, la historia no fue exactamente así. Pavlik vivió en una aldea de los Urales llamada Gerasimovka. Su padre, Trofim, que se convirtió en presidente del soviet local, fue llevado a los tribunales en 1932, acusado de haber aceptado sobornos. En el juicio, Pavlik, que tenía 14 años, testificó que su padre se había llevado propiedad de la granja que había sido confiscada a los kulak. Enfurecidos por el testimonio, su abuelo Sergei y su primo Danil lo apuñalaron. Esta historia, en tiempos de Stalin, convirtió a Trofim en un colaborador de los kulak, a los que vendería documentación falsa, lo que provocó que Pavlik lo denunciase, no como un ladrón, sino como un traidor al socialismo. Posteriormente, también habría denunciado a los kulak, y habrían sido éstos los que lo asesinaron.
Vaya. Pues Stalin es como el presidente del equipo de fútbol. Si ratifica a al entrenador es que está a punto de cesáreo.
ResponderBorrarEn otro orden de cosas me llama la atención los nombres rusos. Que tienes uno pero te conocen por otro como si fuera un apodo compuesto.
Perdón. Quise decir cesarlo.
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